Cuando caen las lluvias, se precipitan los torrentes, soplan
los vientos y sacuden la casa (cf. Mt 7, 7,25); cuando arrecian las
tribulaciones, las enfermedades y pandemias, cuando todo pareciera
desmoronarse, en el valle de nuestro peregrinar de la vida…, nada mejor que
recurrir a la presencia y la ternura de la madre para sentir su consuelo y
esperanza. Jesús, en la hora suprema de su entrega, mientras agonizaba en la
Cruz, tuvo junto a sus pies la presencia silenciosa y el consuelo de su Madre.
También nosotros, en este mes de julio de 2020 en el que,
como cada año, celebramos la Fiesta Patronal Diocesana de Nuestra Señora del
Carmen, necesitamos y anhelamos ardientemente sentir la presencia y la
ternura de nuestra Madre.
En el pasado mes de abril, ya tuvimos que
renunciar a las celebraciones gozosas del Congreso Mariano Nacional, en honor
de María, bajo la advocación de Nuestra Señora del Valle, en la ciudad de
Catamarca; de manera semejante, a causa de la pandemia del coronavirus,
tendremos, seguramente, que renunciar este año, a nuestras festivas asambleas,
procesiones y manifestaciones multitudinarias del Pueblo de Dios, en honor de
nuestra Madre y Patrona. Pero, de lo que estamos plenamente seguros, y que nada
ni nadie podrá arrebatarnos, es de nuestra fe, esperanza y amor grandes a
María, nuestra Madre y Patrona, aunque no podamos expresarlo exteriormente. Y
con mayor razón, ante esta novedosa adversidad, deberemos acrecentar en
nosotros la humildad y la paciencia, virtudes de María y, a ejemplo suyo,
conservar todo esto en nuestro corazón (cf. Lc 2, 51).
Los hechos que acontecen en la vida nos hablan, y estamos
invitados a reflexionar e interpretarlos a la luz de la fe, para discernir de
ellos todo el bien que puedan dejarnos.
Así, de esta pandemia global del COVID-19 que padecemos, que
si bien pedimos al Señor la aleje cuanto antes de nosotros y del mundo entero,
extraemos lo siguiente:
En primer lugar, que el hombre no es autosuficiente, que
debemos reconocer la fragilidad y vulnerabilidad humana; bien dijo Jesús:
separados de mí, nada pueden hacer (Jn 15,5); además, ahora estamos
experimentando la necesidad y urgencia de cambios profundos en nosotros mismos,
con los demás y con la misma naturaleza, libremente, sin coacciones de
decretos, menos avaricia y ambiciones, reducción de consumo de cosas
innecesarias, y, por lo tanto, mayor sencillez y austeridad de vida.
En cuanto a las relaciones humanas: preocuparnos por los
otros, con una mayor participación en la Comunidad y en la búsqueda real del
bien común, mayor igualdad, tolerancia, fraternidad y paz para la única familia
humana, que todos formamos.
Así, también se hace necesario un mayor cuidado de la
naturaleza y de la Casa común. En este sentido, agradecemos y nos
congratulamos por la publicación del Nuevo Directorio para la Catequesis del
Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, dado a conocer
recientemente, que contribuirá a anunciar y profundizar, vivir y testimoniar
mejor los grandes misterios de nuestra fe: Cristo, la Iglesia y el Hombre, en
la cultura actual.
En medio de la presente crisis, en que la “pobreza y el
desempleo” aumentan; percibimos, no obstante, signos de esperanza. Hay una mayor búsqueda y confianza
en Dios, desencantados, quizás, de los proyectos y planes de los hombres
poderosos; así como también, en los gestos concretos de numerosas
iniciativas de solidaridad, especialmente para con los niños, los ancianos y
las familias más pobres de nuestras comunidades; desde el Programa FE de la
Conferencia Episcopal Argentina, hasta el más humilde y generoso servicio de
nuestras Capillas.
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José Vicente Conejero Gallego
Obispo
de Formosa (Argentina)