Fue su vocación
misionera la que le llevó a Colombia. Cuando a comienzos de la década de
los sesenta el Papa Juan XXIII pidió encarecidamente a los obispos españoles y
portugueses que enviaran sacerdotes a América Latina, el padre Javier
Ciriaco Cirujano Arjona fue uno de los seis que desde la Diócesis de
Plasencia atendieron el llamamiento.
«Entonces allí no
había curas y se necesitaban, y nos fuimos», recuerda el sociólogo, antropólogo
y profesor universitario Tomás Calvo Buezas. Él fue uno de los seis sacerdotes
que conformaron el grupo, igual que el padre Javier Ciriaco Cirujano. Era el
año 1964 y este último cura, natural de Jaraíz de la Vera, inició
entonces una labor pastoral que hoy perdura en la pobre y humilde zona
colombiana de San Jacinto, localidad principal del área conocida como
los Montes de María, a unas dos horas de Cartagena de Indias.
«Levantó una iglesia,
un colegio de secundaria para que los jóvenes de la zona pudieran seguir
estudiando, una escuela técnica...», detalla el profesor Calvo Buezas, quien no
quiere que se olvide el nombre ni la obra de un hombre bueno que dedicó su vida
a una tierra a la que llegó con 37 años, que hizo suya y que ya nunca abandonó.
Contra cualquier violencia
Sobre las cuatro de la
tarde del 29 de mayo de 1993, cuando iniciaba el camino de vuelta a San
Jacinto, su vida se truncó. «Esa mañana, sus colaboradores le habían pedido que
no acudiera al poblado cercano al que tenía previsto ir, temían que le pudiera
pasar algo», recuerda Tomás Calvo. Sin embargo, después de desayunar, el padre
Javier Ciriaco puso rumbo a Las Lajas para cumplir con su labor
pastoral. Diez encapuchados salieron a su paso cuando regresaba acompañado de
otras tres personas. «Debemos hablar con el padre de asuntos sociopolíticos»,
dijeron, al mismo tiempo que pidieron a los acompañantes del cura extremeño que
regresaran a Las Lajas. Fue lo último que se supo del padre. Ese mismo día lo
asesinaron.
«Aunque no fue hasta
un mes después cuando un grupo de guerrilleros autónomos, escindido del Ejército
de Liberación Nacional de Colombia, comunicó su autoría», explica el
profesor Buezas. Quince días después de ese comunicado, hallaron en un barranco
el cadáver del padre Javier Ciriaco, «destrozado, apaleado, castrado, asesinado
de forma salvaje».
Acabó así la vida de
un hombre al servicio de los demás, de un misionero extremeño que predicó la
paz, que rechazó cualquier forma de violencia, «la de unos y otros de entonces,
porque alumnos suyos había en todos los bandos».
La
Archidiócesis de Cartagena de Indias está iniciando la causa para declarar al misionero
extremeño mártir de la paz, para que su vida y muerte se guarden en la memoria,
para ayudar con su ejemplo a salvar los odios que siguen latentes después de
una guerra y contribuir así a la reconciliación que necesita Colombia.
«Merece
también la pena que en su tierra se conozca su historia, una vida y una muerte
que fueron un compromiso rotundo con la causa de la paz», resume Tomás Calvo,
Medalla de Extremadura que con su labor no quiere que caigan en el olvido ni la
causa de la paz ni la historia de un misionero extremeño que dio su vida por
ella y cuyos restos descansan desde el 24 de julio de 1993 en el cementerio de
Jaraíz de la Vera, el pueblo en el que nació este hombre bueno.
Fuente: Diario Hoy